5 ene 2008

Choiva

La lluvia navega por el cielo sin miedo, sin ganas, sin fuerza, hasta morir en silencio entre las viejas piedras de esta ciudad enamorada. Sus afiladas y finas lanzas atraviesan las paredes recubiertas de gélido musgo donde habitan pequeños sueños jamás contados. La gente camina ciega y sin sentido por pequeñas calles que no habían conocido antes, mientras un vagabundo sin vida grita que "La lluvia transforma a los amigos y oscurece aún más las sombras de los enemigos". Sus palabras salen disparadas con violencia de su boca pero su sangre no viaja por las venas heridas de su cuerpo lastimado. A su lado, un perro exiliado se arrastra por las alcantarillas buscando la luz de una farola extranjera , pero no la encuentra, pues en esta ciudad no hay extranjeros ni nacionales; todos somos.

Las luces nacaradas de las estrellas se reflejan en los charcos formados sobre el asfalto, no por la lluvia, sino por las lágrimas sucias de dolor negra. Y la lluvia sigue cayendo en cascada por el aire de diciembre. Entre nosotros te diré que, si las nubes continúan castigándonos un poco más, nadie será capaz de secar la ciudad. Sus habitantes  se verán obligados a huir, mientras que una minoría permaneceremos hasta el final de su injusta ejecución en un intento de suicidio voluntario, pero no colectivo, pues aunque compartimos nuestro amor por la ciudad, somos individuos melancólicos, tediosos y egocéntricos.
Sobre todo egocéntricos... Sobre todo melancólicos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ivic,

¿la lluvia y las piedras acaso importunan? Quiero seguir viendo mucha agua corriendo por Compostela, estoy convencido de que tú también gustarás de ella.

Un saludo.

www.disparodenieve.blogia.com