16 may 2009

1 may 2009

El gemelo del Sueño

Rompió cada decenio de dolor con cada paso que dio hasta él mientras los milagros se sucedían en sus manos nerviosas. La música que sin querer había pronunciado tiempo atrás, no recuerda cuándo, nadie recuerda cuándo, quizás tú recuerdes cuándo, se había transformado en un ruido cegador que la lluvia iba apaciguando lenta, muy lentamente, como si al clavarse en la tierra-ávida-de-gotas sufriera un infarto descorazonado. Con la ayuda del viento infantil se quitó el velo negro y dejó al descubierto su cadavérica carta de presentación, tatuada en su cabeza calavérica, al mismo tiempo que hacía repiquetear sus huesos contra el aire descarnado por si el cielo no fuese consciente de su partida o el infierno de su llegada.

Sujetaba una vela inhumana porque no se consumía con desesperación y desdén, sino con candor y compasión. El olor de la cera caliente se infiltró en su víctima haciéndole arder los pulmones mientras el humo se acercaba tímido a las pupilas disgustadas por tanta ceremonia banal e insustancial, terrenal al fin y al cabo. Luego le miró. Le miró sin ojos, le miró sin mirada, le miró sin presencia y sin ausencia. Le miró para calmarle, como hacía siempre, con todos. Redujo su respiración al mínimo antes de abrazarle con letal suavidad, antes de besarle y robarle el ansia y los recuerdos, las ganas y los recuerdos, los sueños y los recuerdos... la vida y la memoria.


Y sonrió con melancólica felicidad al reconocerla por fin entre sus deseos cumplidos.